martes, 19 de mayo de 2015

LA ESPERANZA DESESPERADA

¿Por qué un niño se echa al mar? 
(El País Semanal)


http://www.finanzas.com/xl-semanal/magazine/20150517/nino-echa-8460.html

Porque lo que dejan atrás es espeluznante. Son niños la mayoría, eritreos y sirios que huyen de la violencia, de la guerra, de la represión. Cada vez vienen más: se ha triplicado este año el número de los que llegan. Y cada vez viajan más solos, sin padres ni parientes. Estas son sus historias.
Arif tiene nueve años. Si alguien le pregunta qué espera del futuro, dirá gravemente: "Nada, puedo morir hoy o mañana".
Arif es de Daraa, una ciudad del sur de Siria. Pertenece a una familia de clase media con siete hijos: el mayor, de 23, y el menor, de 6. Arif y sus hermanos jugaban a ser periodistas o reporteros de guerra en un conflicto enquistado ya cinco años. Pequeños Hemingways que salían por la mañana a ver dónde habían caído los proyectiles del último bombardeo. Y que volvían a casa a contarle a sus padres qué vecinos habían muerto. Los niños preguntaban: «¿Cuándo nos tocará a nosotros?». 

Arif y sus hermanos son carne de éxodo. Una generación que vagará por el mundo con la remota esperanza de echar raíces en alguna parte. Miles morirán por el camino. Save the Children calcula que este año se ahogarán 2500 niños en el Mediterráneo, el mar que es la fosa común europea. En 2015 se batirán todos los récords siniestros de esta ruta de la emigración, que ya es la más mortífera del mundo. En lo que va de año han cruzado el Mediterráneo más de 40.000 personas. Y han muerto más de 1700 (850 en un solo naufragio); cientos de ellas, menores de edad. Son sirios errantes, eritreos errantes, somalíes errantes...
Esta avalancha dejará en mantillas las cifras del año pasado: 219.000 solicitantes de asilo y 3500 muertos. Pero más allá de los números (las llegadas se han triplicado) hay un hecho diferencial y estremecedor: ahora vienen más niños que nunca. Gemma Parkin, colaboradora de Save the Children en Sicilia, lo sabe bien porque lo está viendo con sus propios ojos: «Muchos de los que intentan llegar a Europa son niños. Y de estos chicos, muchos viajan completamente solos. En 2014, la mitad de los menores que llegaron a Italia iban solos, pero este año son dos de cada tres. No son criminales. Son víctimas de la guerra, la persecución, la pobreza extrema, los estados fallidos, los regímenes represivos. Vienen de Siria, Eritrea, Somalia, Libia, Irak...».
El drama de los menores no acompañados. También Médicos sin Fronteras ha detectado esta tendencia... «Hasta 2014, la mayoría de quienes emprendían esta peligrosa travesía eran hombres jóvenes. Pero durante el año pasado y lo que llevamos de 2015 estamos viendo a personas de todas las edades. Llegan familias enteras, con abuelos y niños pequeños... También estamos atendiendo a un número cada vez mayor de menores no acompañados; por lo general son adolescentes que emprenden el viaje sin sus padres», relata Chiara Montaldo, coordinadora de esta organización en Sicilia. El desastre humanitario es de tal envergadura que Médicos sin Fronteras ha puesto en marcha operaciones de salvamento en el Mediterráneo, una misión sin precedentes en la historia de esta ONG, «ante la falta de voluntad de la Unión Europea para cambiar las políticas que han llevado a esta situación», explica su portavoz Aurélie Ponthieu.
¿Por qué una familia entera o un menor desamparado se echan el mar? Porque lo que dejan atrás es espeluznante. Según el Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados (Acnur), el perfil de las personas que intentan alcanzar Europa por la frontera sur ha cambiado. Se ha reducido el perfil de inmigrante por motivos económicos. El 60 por ciento escapa de la violencia. Y la mitad son eritreos y sirios, según Frontex, la agencia europea de control de fronteras. 
Los adolescentes que viajan solos suelen ser de Eritrea. Allí, el servicio militar es obligatorio para chicos y chicas. Y es indefinido. Te ata de por vida al Ejército. Las detenciones arbitrarias y las desapariciones están a la orden del día. En cuanto a los sirios, viajan en familia si tienen suficiente dinero... Si no, los padres envían a uno o más hijos por delante con la esperanza de reunirse más tarde con ellos. Por ley, los menores que llegan a Italia no pueden ser repatriados.
La mayor crisis desde la Segunda Guerra Mundial. 
El éxodo de Siria es la mayor crisis de refugiados desde la Segunda Guerra Mundial. Han salido del país casi cuatro millones de personas; la mitad, menores de edad. El 96 por ciento de los refugiados sirios han sido acogidos por los países vecinos: el Líbano, Turquía, Jordania, Irak y Egipto. Los 28 países de la Unión Europea solo estaban dispuestos a reubicar a 36.000. España ha ofrecido 130 plazas. La Eurocámara está pidiendo a los países europeos que establezcan cuotas más generosas. Pero los gobiernos son reticentes. No quieren estimular el efecto llamada.
Así que países como Jordania, donde hay 700.000 sirios, cargan con el peso de la crisis. El diez por ciento está ubicado en el campo de refugiados de Zaatari, y el resto está diseminado por el país, en bolsas de pobreza de las grandes ciudades. Son decenas de miles de familias. Pero el Gobierno jordano no da permisos de trabajo a los sirios, por lo que las opciones de supervivencia pasan por el trabajo infantil (hay miles de niños mendigando o recogiendo chatarra por las calles), el matrimonio forzoso de las hijas o hacer el 'petate' de nuevo.
Un millón de personas esperando cruzar. 
De este modo, eritreos y sirios siguiendo rutas diferentes acaban confluyendo en Libia. La Fiscalía de Palermo calcula que hay un millón de personas esperando en la costa africana su oportunidad para llegar a Europa. No es fácil entrar en Libia. Ni barato. Las mafias que controlan la frontera cobran unos 3000 euros. 
Tampoco es fácil salir. Subirse a un cascarón infame cuesta entre 700 y 1500 euros. Como en el Titanic, hay clases. Los de cubierta pagan más, pero tienen más posibilidades de sobrevivir en caso de naufragio. Los de bodega se ahogarán sin remedio. Y, antes de zarpar, hay que esperar durante semanas o meses en un territorio donde impera la anarquía y donde el Estado Islámico ya se ha infiltrado. El pánico está servido. Y miles de refugiados intentan adelantar la salida para evitar a los yihadistas. Berhane, eritreo de 17 años, es testigo del horror. «He visto a gente que decapitaba a los cristianos. De camino a Trípoli veíamos coches quemados por grupos fundamentalistas. En este recorrido, unas 60 personas fueron asesinadas. De ellas, 25 decapitadas... Luego esperamos durante cuatro meses cerca de Trípoli, hacinados en una fábrica. Había más de mil personas. Te hacían llamar a tu casa para decir que te estabas muriendo y, mientras, te golpeaban para que tu familia oyera los gritos».
Nadia, de 15 años, es de la ciudad siria de Homs, muy castigada por la guerra. «Nos fuimos de allí hace dos años y medio. Papá, mamá y mis dos hermanos pequeños. Primero, a Damasco; luego, a El Cairo; y, por fin, a Libia. Un libio quería casarse conmigo. Ni mis padres ni yo estábamos interesados, así que nos amenazó de muerte. Hay muchas chicas sirias que pasan por situaciones similares, a veces solo porque tenemos la piel y los ojos claros». Para embarcarse, la familia pagó unos 1200 euros por persona. El barco tenía vías de agua desde que zarpó, pero llegaron a Italia. La familia de Nadia confía en ser acogida en Dinamarca. 
La humanidad por delante de la política. 
Ellos tuvieron suerte. Miles no la van a tener. «¿Cuántos niños inocentes más y sus familias tienen que morir para que nuestros líderes actúen? se pregunta el director general de Save the Children, Andrés Conde. Es hora de poner la humanidad por delante de la política».
Los niños que cruzan el mediterráneo. Por ley, los menores que llegan a Italia no pueden ser repatriados.
A la deriva Ahamed, de seis años, envuelto en una manta termal tras ser rescatado del carguero Ezadeen en enero. El barco fue abandonado en alta mar por los traficantes al quedarse sin combustible. Más de 350 inmigrantes de Siria e Irak iban a bordo sin agua ni comida.
Los niños de los campos. Dos millones de niños sirios viven como refugiados en el Líbano, Jordania, Irak, Turquía, Egipto...
A la intemperie. Tamara, de cuatro años, fuera de la tienda de su familia en un asentamiento temporal para refugiados sirios en el Líbano. La pequeña se frota las manos para entrar en calor.
Fuerza mental. Asiyah, en Irak, es uno de los dos mil niños que participan en el programa de apoyo psicológico de Save the Children. «Aprendemos la importancia de la cooperación y de la paciencia; y, además, a ayudar a otros cuando están mal».
NUESTRAS HISTORIAS
La mirada de Bashira, 10 años. Siria
Los ojos de Bashira han visto más de lo que cualquiera puede imaginar. Para protegerse, Bashira se ha construido un mundo de fantasía. En ese mundo tiene un montón de vestidos y juguetes que se trajo de Siria. Su favorito es un vestido azul que hace que se sienta como una auténtica princesa. Un vestido que no enseña a nadie. Pero su madre explica: «No existe tal vestido. No hay nada. Nuestra casa fue destruida durante un bombardeo. Todo se quemó. Mi hija se imagina que tiene esos vestidos y juguetes. Me rompe el corazón». Bashira vive con sus padres y ocho hermanos en el campo de refugiados de Zaatari (en Jordania), el segundo mayor del mundo, con 106.000 personas. La violencia e inseguridad en el campamento se han convertido en el mayor de los problemas para las autoridades jordanas y los miembros de Acnur.
La huida de Delvin, 12 años, Y sus tres hermanos. Iraquíes
Delvin y sus hermanos pequeños escaparon del avance del Estado Islámico hasta un campo de refugiados en el Kurdistán iraquí. Medio millón de personas abandonaron sus casas, aterradas por los yihadistas. «Huimos porque teníamos mucho miedo. A nuestro vecino lo mataron. A nosotros nos dispararon y querían matarnos. Tuvimos que escapar de Mosul sin coger nada, solo algo de agua. Caminamos hasta que llegamos a la región kurda. Estábamos muy cansados... Tuvimos que dormir seis días en la carretera. Vimos a gente muerta por explosiones cuando escapábamos. Llorábamos de miedo. En el camino hubo gente que nos metió en sus casas, nos dio comida y nos ayudó en todo lo que pudo. Nuestro padre está operado de un riñón. En Irak solíamos llevarlo al hospital. A pesar de que pasó por una operación grave, seguía trabajando como taxista para que no nos faltase de nada. Pero todas nuestras cosas se quedaron en casa... Nuestra ropa, nuestros juguetes. No pudimos traer nada. Ahora dependemos de la generosidad de la gente». Los hermanos de Delvin son Gilan, de ocho años; Reem, de cuatro; y Marwa, de tres.
Las mafias y Feben, 16 años. Eritrea
Mi hermana y yo hemos viajado durante cinco meses para llegar a Europa. Salimos de Eritrea y caminamos tres días hasta la frontera con Etiopía. Allí nos enviaron a un campo de refugiados, pero queríamos reunirnos con nuestro hermano mayor, que está en el Reino Unido. Así que caminamos otros tres días más hasta la frontera con Sudán. La cruzamos por el río Tezeke, que está infestado de cocodrilos. Unos traficantes nos llevaron hasta Jartum y, cuando llegamos, nos dijeron que les debíamos 1400 dólares cada una. Nuestro hermano tuvo que hacerles una transferencia. Estuvimos dos meses en Jartum, escondidas en casa de unos parientes. Nunca salíamos a la calle por temor a que nos detuviese la Policía. Luego fuimos en camión hasta Bengasi. Tardamos una semana en cruzar el desierto. Allí nos vendieron a unos traficantes, y nuestro hermano tuvo que hacer una colecta para recaudar los 1700 dólares que pedían por liberarnos a cada una. Luego tuvimos que pagar otros 1800 dólares por el viaje en barco. La travesía es lo peor: 340 personas y una avería a las tres horas. Es como esperar para morir. Rezábamos. Es todo lo que puedes hacer. Aparecieron unos pescadores tunecinos y nos remolcaron durante 24 horas hasta que nos rescató la Marina italiana y nos trajo a Lampedusa».
El rescate de Hamid, 15 años, y su madre. Sirios
Nos fuimos de Siria cuando empezaron los combates en nuestro barrio. Nos bombardeaban. Así que mi madre, mi hermano pequeño Salim (de 13 años) y yo nos fuimos al Líbano, donde estuvimos viviendo en una residencia. Mi padre se quedó en Siria, cuidando de nuestro abuelo, que es demasiado mayor para viajar. Pero todo es caro en el Líbano: la comida, el agua, la ropa, el teléfono... Así que nos mudamos a Libia. Estuvimos catorce meses en una ciudad llamada Brega. Yo trabajé de albañil. Muchos niños trabajan en la construcción. Pero la vida era insoportable. Amenazas de muerte, mucha inseguridad. A mí me apuñalaron y me robaron. Decidimos marcharnos. Conocíamos a otra familia siria. El padre había contactado con una de las mafias que pone los barcos para cruzar a Italia. Fuimos a Trípoli. Un día, los traficantes nos dijeron adónde teníamos que ir. Allí nos dieron algunas instrucciones para pilotar el barco. No había capitán ni marinos. Dos voluntarios entre los refugiados se hicieron cargo. Pero uno de los motores se rompió a las pocas horas de zarpar y empezó a entrar agua. Teníamos mucho miedo de ahogarnos. La gente en cubierta formó una cadena humana y achicó el agua con cubos, hasta que un guardacostas italiano nos rescató. Hemos pedido asilo en Dinamarca».

Carlos Manuel Sánchez / fotografías: Save The Children 
XL Semanal 

- ¿De qué nacionalidades son la mayoría de las personas que intentan llegar a Europa?
- ¿Qué motivos les llevan a dejar su país?
- ¿Cómo consiguen llegar a Europa?
- ¿Hay países no europeos que acojan refugiados? ¿Cuáles? ¿En qué condiciones están los refugiados? 
- ¿Cuál es la ruta de emigración más mortífera del mundo? 
- ¿Qué soluciones proponen los gobiernos?
- ¿Qué soluciones propones tú?

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